top of page

Alimentando el pasado en imagenes 

Joaquín Guzman 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La recompensa de una buena vida se sintetiza en el estadio de vejez. Recuerdos, experiencias pero por sobre todo incertidumbre de lo que se aproxima. Remembrando pasados en un pacto honrado con la soledad es lo que se respira al interior de un comedor para ancianos.

Florián Hernández


“Bogotá me recibió con amargura. Uno de mis  hijos murió a los pocos días  de haberme bajado  de la buseta” este norte santandereano llegó hace 47 años a la capital y asegura que su nombre francés se lo puso un familiar que viajo en barco “al otro lado del charco”. A pesar de su pérdida,   fue en Bogotá donde conoció a quien aún lo acompaña, su segunda esposa, María Caballero. Ambos tienen 78 años. “vengo todos los días por el almuercito, ayuda en estos días de crisis”. Según fuentes oficiales del distrito hay más de 700,000 ancianos que asisten a comedores comunitarios todos los días en Bogotá.

 

 

Clodomiro Vargas.


Este hombre de 75 años recuerda y  cuenta en detalle lo ocurrido en el bogotazo, “volvimos mierda este pueblo. Pelao yo viví la destrucción pero a su vez la transformación de mi ciudad”. Miro, como lo llaman sus amigos, va todos los días a almorzar a este comedor que sirve a 120 ancianos. Extraña su trabajo como profesor de arte, “esta artritis me tiene jodido, hace rato no pinto”.  Este hombre no solo asiste a los servicios de almuerzos que da el recinto sino a las ceremonias religiosas tres veces por semana. “Dios es el único que nos salva, acerquémonos  a él” me invita. No tiene  canas el viejo Clodomiro, “la vida buena” asegura entre risas.  

 

Eugenia y Ramiro Ortiz.


Oriundos del Tolima, este par de hermanos  sonríen con agradecimiento cuando les sirven la comida. “no solo me hace falta mi pueblo sino la gente, acá son como muy fríos” Viven en Bogotá por el trabajo de uno de los hijos de Eugenia, Luis, que trabaja en construcción y genera el único ingreso de la familia. Euge como cariñosamente le dice su hermano tiene 73 años y don Ramiro, a quien le dan la comida por que se le dificulta cada movimiento por una extraña enfermedad que lo aqueja, tiene 85. “mijo esta comida nos ahorra un poco de plata, sagradamente venimos los dos a comer” me da, cariñosamente, las gracias mientras recibe el postre. Sus manos parecen un desierto, las grietas de la experiencia hablan por sí solas. 

 

Álvaro

El más joven del lugar luce su bigote. Llegó a los 60 años  hace poco pero renuncia a declararse anciano. No revela su verdadera edad ni su apellido.  Este hombre trabajó como recolector de café mucho tiempo. Recibe todos los meses el subsidio entregado por el Estado de 120 mil pesos y con ello paga una pequeña pieza que apenas usa para dormir. “En la pieza cabemos la cama y yo, no tengo servicio de baño” para ello don Álvaro usa “cada que se puede” la ducha del comedor. “el campo es hermoso” recuerda con nostalgia, “añoro mis  épocas como recolector”. Llegue a Bogotá hace poco y desde entonces no tengo otro lugar donde comer, “como podrá saber 120 mil al mes no le alcanzan a uno pa’ nada”

 

bottom of page