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¿A ver? Familia Leal

 

Catalina Leal Jaramillo

 

 

Del cachaco queda poco. Cada vez son menos los que hacen parte de esa sociedad pequeña, donde todos eran encantadores hombres de sumercé, bonachones, bien vestidos, gentiles, amigables, con una manera de hablar correcta y que visitaban cafés y salones de baile en sus tardes. Esa es la historia de Efrain, un cachaco de 85 años que con nostalgia dibujaba la Bogotá en la que vivía mientras conquistaba a su esposa Cecilia.

 

Mijita era diferente, Ceci era la señorita de la casa y yo un chaval de cocacolos y cachucha de paño, médico pero con sueños de torero… Pero eso sí de la gente divinamente de Bogotá”

 

Oír esas historias es una machera, quién no se encanta con dos personajes de la quinta edad que cuentan cómo se vivía en Bogotá cuando se podía andar sin temor a ser atracado por un hombre sin hogar. Preguntarles a ellos acerca de su vida narra una historia en blanco y negro llena de paisajes, de abrigos, de gabanes, cachuchas españolas colombianizadas y bastones adornados.

 

Es así como palabra tras palabra construyen una historia de identidad y alto turmequé.  La historia de sus vidas es narrada mientras el tiempo se detiene y parece correr hacia atrás. Vivían en una cuidad que al lado de la de hoy era una mirringa, una cuidad que no llegaba muy lejos en extensión y  en la que ahora para ir a algún lado le toca recorrer las vías en las que paseaba con Cecilia para poder ir a tomarse ese cortadito. Bogotá era pequeña, tenía básicamente tres barrios donde vivía gente divinamente y donde sus padres les enseñaron a no mezclarse con la gente mañé.

 

Efrain uno de los 5 hijos de la familia Leal González, médico de profesión vivió en Bogotá donde se colinchaba con sus amigos para jugar pirinola en el antejardín de sus casas. El barrio era seguro y todas las mañanas caminaba junto a sus hermanos al colegio; un colegio para barones donde les enseñaban como debían ser los chavales de sus casas. Los fines de semana eran su momento favorito pues en un tubo formado por llantas podía leer y culturizarse acerca de ese arte bellísimo (hablando de la tauromaquia), al que su padre le había llevado ya tres veces antes de los 11 años. Este tema toca sus sentimientos y con una gran sonrisa en su cara recuerda las tardes en la plaza en las que siempre se vestía de carmelito y veía a la gente chicanear desde que se acercaba a la misma. Era tal vez ese momento el que más disfrutaba, soñó con ser torero y con vivir ese mundo, pero “pues mijita lo mío no era el capote pero más de una vez entré al ruedo, me sentía el chivato más torero de la familia”. Así pasaron sus años de infancia, rodeado de una familia numerosa en donde no podía faltar el saltacharcos, las tirantas y el sombrero para visitar a los vecinos.

 

Por otra parte, Cecilia era la única hija mujer de cuatro hermanos de la familia García Barón, era “la señorita de la casa” a la que sus hermanos jonjoleaban diariamente. Su infancia en el colegio se dio entre costuras y clases de protocolo donde era educada para dedicarse al hogar y a sus hijos. Aun así esta idea nunca entró en su cabeza y decidió entrar en el mundo de la medicina como instrumentadora, un trabajo de mujeres pero no de “señoritas”. Su cara dibuja una sonrisa cuando habla de esta etapa, en donde conoció a Efrain, una cuquera de médico, bajito, regordete y muy pinchado.

 

Su historia entre sumerces y chicaneos creció y fue lo que ellos llaman regia, Efrain se encargó de conquistar a Cecilia a “la antigua mijita” pues su suegro antes de conocerlo pensaba que el era un muérgano que quería sacar a la niña de la casa.  Esto no facilitó las cosas y le tocó sentarse en la poltrona de su casa junto a sus tres hermanos a hacerle visita mientras la conquistaba porque ni de fundas era posible hacer una visita como las que conocemos hoy en día. Sus hermanos eran tres tipos chirriadisimos con los que logró hacer buenas migas hasta que le propuso matrimonio a Ceci. Entre sus historias Cecilia contaba como al principio el se las daba de café con leche y era un poco chiflado y romanticón pero que al final terminó siendo todo un señorito.

 

Las tardes de medias nueves eran uno de sus planes, se sentaban a comer bizcochos y marzos en el centro mientras veían pasar a los transeúntes e inventaban historias para ellos. Cecilia nunca fue calceta y desde el principio puso su interés en Efrain y en las noches de turno ella se encargó de alegrarle con una coca. Cuenta que siempre venía empacada la comida y todos esperaban la hora en la que Ceci llegaba al consultorio afanada a entregarle la comida de un largo turno.

 

Esta relación terminó en un matrimonio cachesudo donde las mujeres todas regias adornaban sus cuellos con martas y el pañuelo doblado en triángulo tenía un lugar protagónico en los blazer masculinos. Este fue un matrimonio de sacoleva y pajarita.

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