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El cuarto de San Alejo

Brenda Ardila

 

Bienvenidos al cuarto de San Alejo. Como en todo hogar colombiano que se respete aquí hay  de todo, literalmente de todo. Lo que consideraban perdido, olvidado o dañado probablemente lo encuentren acá. Desde viejas glorias del fútbol capitalino, como Alfredo Di Stefano, hasta cartas al niño Dios. Mientras estén aquí pueden aprender algunas palabras chirriadísimas, como las que usaban sus abuelos, y transportarse a la época en la que Bogotá no tenía Transmilenio. Tal vez mientras desempolvan el pasado sientan nostalgia y quieran volver a ese tiempo en el que todo fue mejor, o quizás se den cuenta de que no es así, de que no todo tiempo pasado fue mejor. 

Cuando la pelota rodaba más

 

Miguel Ángel Díaz Puentes

 

 

El pasado 7 de Octubre el presidente de la Dimayor, Ramón Jesurún, anunciaba que el torneo colombiano contará con dos equipos más de la segunda división[i]. Como lo han reconocido varios expertos, esto sirve para incrementar ganancias pero disminuye el nivel de la liga. Pero esta no ha sido siempre la historia, en el pasado la pelota rodaba más.

Cuando el Niño Dios no tenía nombre propio             

Laura Santacruz

 

 

Muchos niños y adultos quisieran devolverse en el tiempo a la época en que el Niño Dios era quien traía los regalos y los dejaba bajo el arbolito sin dejar rastro alguno. No había ni leche ni galletas, el único signo de su presencia era la desaparición de la carta, una emoción más grande que escribirla. 

¿A ver? Familia Leal

 

Catalina Leal Jaramillo

 

Del cachaco queda poco. Cada vez son menos los que hacen parte de esa sociedad pequeña, donde todos eran encantadores hombres de sumercé, bonachones, bien vestidos, gentiles, amigables, con una manera de hablar correcta y que visitaban cafés y salones de baile en sus tardes. Esa es la historia de Efrain, un cachaco de 85 años que con nostalgia dibujaba la Bogotá en la que vivía mientras conquistaba a su esposa Cecilia.

 

Seguimos montados en el burro

 

María Camila Jara

 

Pensaríamos que a mitad del siglo pasado el calor abrumador que nos absorbe en el transporte público y el contacto brusco que parece casi inevitable con la gente era mucho menor, sin embargo lo único que se ha transformado son las ruedas. 

 

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